Andreína se fue volando en una nube hacia tierras más calientes, pues aquello de que las aves migran hacia el Sur cuando llega el invierno a ella le parece que es un virus de gripe B que se también les contagia a las nubes.
Con dos fuertes giros en su débil y cansado brazo derecho lanzó una soga de esas que utilizan los gauchos de la pampa y luego de ciento treinta y ocho intentos logró ensartarla como una aguja de coser zapatos; y a la cuenta del un, dos, tres pegó un salto de rana y se fue, dejando a su sombra de testigo, para contarle al mundo lo que le había sucedido y el porqué del inesperado y repentino viaje nubístico hacia el Sur.
"Son cosas del deporte" dijo la Sombra de Andreína. "La pobrecilla se vio contra la pared en tres y dos…" - continuó - "…y en lugar de suspender juego por lluvia prefirió botarse de jonrón y salir fuera del parque".
La Sombra de Andreína añadió que la ausencia de la escritora terminaría cuando supiera qué hacer con el vuelto inexacto que Xin Tao, el chino del abasto de la esquina de abajo, le dio al comprar un tercio de docena de huevos chimbos, una alcancía de cochinito dorada, 5 pitos extensibles de Fresita y las Tortugas Ninja, dos Papaupas de cambur y tutti-frutti; y tres Barriletes especiales (de esos que tienen chocolate).
Todo aquel asunto de la desaparición, entonces, fue aclarado por la Sombra y sin siquiera terminar la rueda de prensa, con un doble chasqueo de dedos, se evaporó en frente de toda la multitud convirtiéndose en una gota de vapor plateada y brillante como una escarcha que se tomó de las plumas de una paloma despeinada y, al son de Wilfrido, silbó:
"volveréeee, vooolveré…"
La multitud comenzó a bailar su merenguito con salero, pimentero y sin cesar y al finalizar la canción ya todos habían olvidado el negocio de la sombra y las nubes, el invierno y las palomas, el vuelto del chino y el tres-y-dos. Antes de volver a su faena en el abastico de la vida decidieron esperar, sentaditos por si alguna otra oferta aparecía en el pasillo 3, a que cayera la tarde de un lunes pesadote, como diez costillas de rinoceronte, que todavía estaba bien alto mostrando en su torso de mediodía las marcas de las sábanas de un fin de semana agitado como una licuadora Oster del ‘56.
Maylin Yung, la cajera gordita antipaticona de los labios prominentes y las uñas largas y rojas, luego de despedir amablemente a Joao, el hijo del panadero del frente que siempre le guardaba dos litros de leche de contrabando, gritó a todo gañote "Quién es el plóximo?!" y Don Periñón, el viejito bigotudo de las alpargatas azules, se enfiló para anunciar la historia de un martes que no habría de llegar a tiempo por la cola que se formó en la Panamericana al abrirse la puerta trasera de un camión de toros capados.
Entre toros es-capados y las ofertas del 3x2 en champú equino en el pasillo de perfumería, me puse a soñar y desperté nuevamente en medio de una selva de cables sin radio ni novela y haciendo tiempo para ver si la rana echaba pelos me puse a contar estrellas, llegando a la conclusión de que es mejor descansar el fin de semana que pasar las horas de un lunes aguardando a que acabe la función de un interlocutor, para mí algo desconocido, que dice llamarse Procrastinación.
FIN.
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Que tengan un buen feliz comienzo de semana!
Chiqui.