7.9.09

Amor en espiral



La verdad, la naturaleza y la ciencia de la luna se han juntado en complicidad para hacerme recordarte. Una y otra vez. Una y otra vez más.

Cuando no puedo inhalar otro aire que no respire a tu masculinidad, es entonces cuando prefiero ahogarme entre tu sombra y asfixiarme en tu recuerdo.

En ese momento no quiero imaginar otro espacio más abierto que el que existe entre tus brazos en simbiosis junto a los míos; y que la distancia más larga fuese la que ha de separarme de tus labios.

Los fósiles de tus versos sobre Gauguin, Baudelaire y un tal Dvorak se han unido a los vestigios de tus risas sobre copas y a tus historias sobre pueblos lejanos del más allá. Juntos viajan desde mi oreja izquierda hasta mi meñique derecho y no consiguen dejarme ir.

De ociosos pentagramas y níveas hojas se han llenado las lágrimas que suda mi pequeño y cansado corazón. Mis pupilas se han secado y mi sonrisa consiguió un nueve a cinco del cual se ha aburrido por convicción.

El otro día creí sentir tu piel. Fue un sueño dulce con un amargo despertar. Quise cerrar los ojos para volver a fantasear sobre instintos luminosos y crear excusas para verte, para escucharte hablar sobre tus planes y proyectos para luego reír por no prestarte atención.

Despertar. Otro día más. Nadar entre en un tren de gente sin movimiento ni destino. Girar en un espiral sin fin que alguna gente suele llamar rutina y que yo prefiero llamar soledad.

Entre los témpanos de mi lecho y los ecos de una ciudad en alborada me sentí una criatura mágica entre la órbita de tus reminiscencias. Lejos de tu cuerpo pero cerca de tu imaginación.

Como la miel a la abeja me profesé forzada a inmortalizarte en mi memoria como el más adicto poeta maldito que alguna vez decidió enfrentarse a declamar frente a una sirena sin voz.

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