Picture taken @ La Boquería, Barcelona. 15/05/2010
- Señor ¿me da un kilo de gomitas?
- ¿Un kilo?
- Sí; un kilo GRANDE de gomitas
- A ver, y ¿cómo es un kilo grande?
- Un kilo grande de esos que caben en mi bulto
- ¡Ah bien! ya veo de qué tamaño deseas el kilo.
- Pero señor, usted no comprende. No es un kilo cualquiera…quiero UN kilo de gomitas especiales.
- ¿Me puedes explicar más?
- Quiero de esas gomitas rojas con sabor a fresas y cerezas y de aquellas que tienen forma de osos y de aquellas que tienen azúcar por encima y de aquellas enrolladas como gusanitos y de aquellas que huelen a los caramelos que mi abuelita siempre tiene en la alacena y que pican y aquellas que se quedan pegadas en las muelas de arriba y que tengo que sacar con los dedos para que se vuelvan a pegar en las muelas de abajo hasta que aquellas gomitas blancas y esponjosas, que también quiero y que saben bien dulce, se les pegan y despegan dejando los dientes más limpios que la pasta de dientes.
- Ya… a ver…entonces un poco de estas, un poco de las verdes, un poco de las de gusanitos y osos, un poco de…
- No señor…no un poco. ¿No le he dicho que quiero un kilo?
- Sí, ya he entendido. ¿Me prestas tu bulto para ver calcularle el tamaño?
- Sí, y puede aprovechar y quedarse con la manzana, con el banano, con las galletas de soda y el jugo de guayaba. Así hacemos más espacio, además…sólo puedo llevar un kilo de regreso a casa.
- Bien, ¿y cómo vas a pagar todo este kilo de gomitas?
- No crea que no había pensado en eso. He ahorrado toda la semana de los vueltos del periódico y lo he puesto en mi alcancía de cochinito. También está dentro del bulto. Debajo de la pancita tiene un botón apretado como un ombligo, si se lo quita deja escapar todas los centavitos. Si me hace el favor, pues mi papá siempre lo abre con un cuchillo y ahorita debe estar ocupado trabajando en su moto.
- ¿Y cómo sé que no me estás mintiendo y que tienes dinero suficiente?
- No tengo la necesidad de mentir. Sólo los aburridos mienten. Y yo no estoy aburrido, sólo quiero un kilo grande de gomitas.
- ¿Y qué vas a hacer con tantas gomitas, si puedo preguntar?
- Las comeré todas. De una a una, de dos en dos hasta acabar con cada una de ellas.
- ¿Y no crees que te pueda dar dolor de estómago comiéndote tantas gomitas?
- Sí. Precisamente.
- ¿Y qué piensas hacer al respecto?
- Nada. Mi mamá dice que el dolor es un buen síntoma de estar vivo.
- ¿Y acaso no lo estás? Yo te veo bien vivo.
- Pero eso es porque no ha observado atentamente.
- ¿Te puedo ayudar en algo?
- No; usted no lo entendería.
- Ayúdame entonces tú a comprenderte.
- Señor, necesito el kilo de gomitas para volver a sentirme vivo pues desde que Angélica me ha rechazado siento que mi corazón ha dejado de latir y mi maestra dice que si el corazón no funciona, morimos. Y si así es la muerte prefiero mil millones trescientas veces el dolor de estómago.
- Entiendo.
- Ahora por favor tome el dinero del cochinito y quédese con el vuelto. Abónelo si es necesario y por favor, no le cuente nada a nadie de lo que acabamos de hablar.
- Pero tal vez pueda ayudarte… ¿de qué manera te ha rechazado Angélica?
- La he invitado a jugar con mis G.I Joes y le he regalado una flor del patio de mi casa y me dijo que primero besaría a un sapo antes que andar conmigo.
- Hijo mío. Toma tu kilo de gomitas. Esta vez te las daré de fiado. Te ayudarán a que tu corazón vuelva a latir. Pero es momentáneo. Pasará. No olvides que las niñas son así, ellas no juegan con G.I Joes y siempre prefieren besar sapos antes que cualquier otra cosa. No tienen la culpa, es lo que han aprendido desde siempre: pierden el tiempo inútilmente esperando que esos sapos se conviertan en príncipes y dejen de croar, mientras que los niños como tú quienes les regalan flores, se indigestan con gomitas para olvidar.
- ¿Usted dice que esto va a pasar?
- Claro que sí chiquillo. Se te pasará más rápido de lo que te comes el kilo de golosinas. Bienvenido al universo de los mayores. Guarda el cochinito. Lo vas a necesitar.
- ¡Gracias! Y ya sabe… ¡ni una palabra a nadie! Usted no me ha visto.
- Tranquilo hijo, nadie me creería que he hablado con un muerto y eso que he aprendido a mentir.
- ¿Cómo dice? Ya, mmm, no le en-mmm-tiend…mmmm…mmmm..
- Nada amiguito…poco a poco para que no te ahogues; ándate con cuidado y hasta una próxima vez.
- Sí; un kilo GRANDE de gomitas
- A ver, y ¿cómo es un kilo grande?
- Un kilo grande de esos que caben en mi bulto
- ¡Ah bien! ya veo de qué tamaño deseas el kilo.
- Pero señor, usted no comprende. No es un kilo cualquiera…quiero UN kilo de gomitas especiales.
- ¿Me puedes explicar más?
- Quiero de esas gomitas rojas con sabor a fresas y cerezas y de aquellas que tienen forma de osos y de aquellas que tienen azúcar por encima y de aquellas enrolladas como gusanitos y de aquellas que huelen a los caramelos que mi abuelita siempre tiene en la alacena y que pican y aquellas que se quedan pegadas en las muelas de arriba y que tengo que sacar con los dedos para que se vuelvan a pegar en las muelas de abajo hasta que aquellas gomitas blancas y esponjosas, que también quiero y que saben bien dulce, se les pegan y despegan dejando los dientes más limpios que la pasta de dientes.
- Ya… a ver…entonces un poco de estas, un poco de las verdes, un poco de las de gusanitos y osos, un poco de…
- No señor…no un poco. ¿No le he dicho que quiero un kilo?
- Sí, ya he entendido. ¿Me prestas tu bulto para ver calcularle el tamaño?
- Sí, y puede aprovechar y quedarse con la manzana, con el banano, con las galletas de soda y el jugo de guayaba. Así hacemos más espacio, además…sólo puedo llevar un kilo de regreso a casa.
- Bien, ¿y cómo vas a pagar todo este kilo de gomitas?
- No crea que no había pensado en eso. He ahorrado toda la semana de los vueltos del periódico y lo he puesto en mi alcancía de cochinito. También está dentro del bulto. Debajo de la pancita tiene un botón apretado como un ombligo, si se lo quita deja escapar todas los centavitos. Si me hace el favor, pues mi papá siempre lo abre con un cuchillo y ahorita debe estar ocupado trabajando en su moto.
- ¿Y cómo sé que no me estás mintiendo y que tienes dinero suficiente?
- No tengo la necesidad de mentir. Sólo los aburridos mienten. Y yo no estoy aburrido, sólo quiero un kilo grande de gomitas.
- ¿Y qué vas a hacer con tantas gomitas, si puedo preguntar?
- Las comeré todas. De una a una, de dos en dos hasta acabar con cada una de ellas.
- ¿Y no crees que te pueda dar dolor de estómago comiéndote tantas gomitas?
- Sí. Precisamente.
- ¿Y qué piensas hacer al respecto?
- Nada. Mi mamá dice que el dolor es un buen síntoma de estar vivo.
- ¿Y acaso no lo estás? Yo te veo bien vivo.
- Pero eso es porque no ha observado atentamente.
- ¿Te puedo ayudar en algo?
- No; usted no lo entendería.
- Ayúdame entonces tú a comprenderte.
- Señor, necesito el kilo de gomitas para volver a sentirme vivo pues desde que Angélica me ha rechazado siento que mi corazón ha dejado de latir y mi maestra dice que si el corazón no funciona, morimos. Y si así es la muerte prefiero mil millones trescientas veces el dolor de estómago.
- Entiendo.
- Ahora por favor tome el dinero del cochinito y quédese con el vuelto. Abónelo si es necesario y por favor, no le cuente nada a nadie de lo que acabamos de hablar.
- Pero tal vez pueda ayudarte… ¿de qué manera te ha rechazado Angélica?
- La he invitado a jugar con mis G.I Joes y le he regalado una flor del patio de mi casa y me dijo que primero besaría a un sapo antes que andar conmigo.
- Hijo mío. Toma tu kilo de gomitas. Esta vez te las daré de fiado. Te ayudarán a que tu corazón vuelva a latir. Pero es momentáneo. Pasará. No olvides que las niñas son así, ellas no juegan con G.I Joes y siempre prefieren besar sapos antes que cualquier otra cosa. No tienen la culpa, es lo que han aprendido desde siempre: pierden el tiempo inútilmente esperando que esos sapos se conviertan en príncipes y dejen de croar, mientras que los niños como tú quienes les regalan flores, se indigestan con gomitas para olvidar.
- ¿Usted dice que esto va a pasar?
- Claro que sí chiquillo. Se te pasará más rápido de lo que te comes el kilo de golosinas. Bienvenido al universo de los mayores. Guarda el cochinito. Lo vas a necesitar.
- ¡Gracias! Y ya sabe… ¡ni una palabra a nadie! Usted no me ha visto.
- Tranquilo hijo, nadie me creería que he hablado con un muerto y eso que he aprendido a mentir.
- ¿Cómo dice? Ya, mmm, no le en-mmm-tiend…mmmm…mmmm..
- Nada amiguito…poco a poco para que no te ahogues; ándate con cuidado y hasta una próxima vez.
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